Hace poco, en una de mis frecuentes subidas desde EPLA –donde resido– al Seminario San José –de cuya comunidad formo parte– contemplé una escena que suscitó en mí esta reflexión que ahora quiero compartiros.
Llegando ya a la entrada principal del Seminario, un grupo de muchachos de unos 15 ó 16 años se apiñaban y abalanzaban contra la puerta, haciendo gala de su vigor juvenil. Por un momento temí dar con mis huesos en el suelo, al encontrarme de improviso en medio de aquel tumulto formado por una chavalería, cuyos modales y lenguaje no eran ciertamente los más adecuados.
De pronto, sin embargo, me impactó positivamente el hecho de que algunos de ellos, percatándose de mi presencia y de mi dificultoso y tambaleante caminar –apoyado como estaba en mi bastón–, alertaron a sus compañeros para que fuesen con cuidado y se apartasen para dejar pasar –como dijeron– “al señor”. Esta actitud –no esperada por mi parte en aquellas circunstancias– me hizo comprender que aquellos jóvenes –procedentes, como después supe, de un afamado Colegio de Valencia, cuyo titular era una Congregación religiosa muy renombrada con todo merecimiento por su dedicación a la educación cristiana de la juventud–, aunque dejaban mucho que desear en sus modales, no eran “malos”, sino que, por el contrario, tenían “un buen corazón”.
Pasado el susto –y recordando, agradecido, la consideración que aquellos alumnos habían tenido hacia mí–, vino espontáneamente a mi mente y corazón aquel pasaje evangélico en el que Jesús se compadeció de la multitud que le seguía, pues había percibido que “andaban como ovejas sin pastor” (Mc. 6, 34). Y pensé entonces que algo similar les podía estar sucediendo a aquellos chicos. Y bien pronto pude comprobar que así era, al darme cuenta que no estaban siendo atendidos por verdaderos educadores, sino por unos “asalariados” que, en vez de caminar junto a ellos en actitud de cercano y afectuoso acompañamiento, o, si se quiere, en vez de ir al frente de los mismos, marcándoles, desde su propio ejemplo y compromiso, el camino a seguir, iban más bien detrás de ellos y a distancia, o incluso marchaban a veces en dirección contraria para no encontrarse con sus alumnos.
Y este triste espectáculo me hizo comprender que estos educadores, aunque “empleados” de aquellos afamados religiosos que –por imperativos de escasez de nuevas vocaciones y envejecimiento de los que quedaban– habían ido confiando sus colegios a personal seglar, entre los que había algunos que no estaban, ni mucho menos, identificados con el ser y hacer que habían distinguido los inicios y el posterior caminar de aquella congregación religiosa. Pensamiento este que me llevó a reflexionar de nuevo sobre algo que considero imprescindible en nuestro proyecto amigoniano de Misión Compartida y que he planteado ya en otros dos de mis blog’s: ¿Misión compartida o partida? y ¿Misión cumplida?. En ellos, expresaba la necesidad de trasmitir el espíritu, el alma del carisma, que ha animado y debe seguir animando a nuestra misión, si, en verdad, quiere ostentar el título de amigoniana. Y, por desgracia, lo que voy percibiendo en este momento de nuestra historia, pasados ya nueve años de la puesta en marcha de nuestro proyecto de compartir la misión, no es, ni mucho menos, halagüeño por lo general. Sin dejar de apreciar y valorar el buen espíritu que anima a muchos de nuestros profesores y educadores, no puedo decir lo mismo de algunos de los “dirigentes”, nombrados a veces por amiguismo, o mantenidos en el cargo por inercia, que no se distinguen precisamente por su talante amigoniano, sino que se limitan a ser, si se quiere, gestores –y no ciertamente de los mejores–, pero que no son, ni de lejos, impulsores de la identidad amigoniana, viviendo y actuando primordialmente su función directiva como un verdadero servicio, nacido del amor y ejercido desde la propia donación, en beneficio de toda la Institución: alumnas, alumnos, padres y madres de familia, profesores y profesoras, empleados y empleadas de administración y servicio, personal de cocina, comedor y limpieza, por cuyos derechos hay que velar aun cuando estén subcontratados a una empresa… y así un largo etcétera, en el que no puede faltar el mantenimiento y mejoramiento cada día de las propias instalaciones del Centro, como medio importante que son para una optimizante educación.
EPLA, 8 de mayo de 2022
Juan Antonio Vives Aguilella
No tengo mucho tiempo para comentar. Pero si te puedo decir que me ha gustado y que estoy de acuerdo. Te felicito, porque -de cualquier hecho- sabes aplicar consecuencias muy evidentes. Un abrazo