Toda vocación cristiana es, en esencia, vocación de servicio. Y esta servicialidad está llamada a resplandecer de forma particular en quienes ejercen cargos de responsabilidad, como indican, entre otras, estas frases evangélicas: Quien quiera ser el primero, sea vuestro servidor (Mc. 9, 35); Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc. 22, 27); Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros (Jn. 13, 14).
Desgraciadamente esta vocación de servicio quedó por muchos años –exageradamente demasiados sin duda– ofuscada en la propia Iglesia, en la que los pastores han sido –o al menos han parecido– por lo general, más jerarcas que servidores.
Gracias a Dios, sin embargo, el Concilio Vaticano II puso decididamente de manifiesto la imprescindible importancia del servicio en quienes están llamados a pastorear a los fieles, aunque, por desgracia una vez más, esta doctrina conciliar, como otras muchas, quedó silenciada hasta que el Papa Francisco le ha dado de nuevo visibilidad y actualidad con su insistencia en resaltar la sinodalidad como uno de los principales referentes de toda identidad cristiana y, de modo especial, de la identidad de los llamados a “presidir” amorosamente el “rebaño” desde una actitud humilde, sencilla, comprometida y servicial que supere todo atisbo de poderío, señorío, dominio –y otros “vicios” procedentes de la misma raíz de engreimiento– que han distinguido un clericalismo que, convertido en casta, necesita ser erradicado del todo, si se quiere restablecer en la Iglesia el esplendor de sus orígenes, que nunca debió ser ensombrecido.
La doctrina sinodal implica en sí misma –entre otras enseñanzas– la de saber distinguir con claridad entre potestas y auctoritas. La primera –la potestad– es algo que se otorga a quienes ejercen un determinado cargo. La autoridad, sin embargo, no es producto de una adjudicación o concesión, sino fruto del reconocimiento que quienes, sintiéndose queridos y apreciados, hacen de aquel a quien perciben y consideran como su servidor. Hablando, pues, en cristiano, la potestad sólo es en verdad tal si es reconocida como autoridad (cf. Mc. 1, 22).
Desde estas consideraciones en torno a la sinodalidad, se puede ver con mayor luminosidad la razón por la que la identidad amigoniana –y la pedagogía que de ella se deriva con naturalidad– han hecho de la servicialidad uno de sus pilares más fundamentales.
En el ámbito propiamente pedagógico, la tradición amigoniana –consciente de que el educador, sólo es considerado tal por sus alumnos, es decir, sólo es para ellos verdadera autoridad, si estos mismos se la reconocen– ha fundamentado la propia acción educativa en un amor misericordioso que tiene como uno de sus principales distintivos un servicio a los alumnos y sus familias, entretejido de presencia, cercanía, sencillez, amabilidad…, que se renueva cotidianamente.
Y esta servicialidad educativa debe ser también un especial distintivo de quienes están llamados a ejercer, dentro de ese mismo ámbito pedagógico amigoniano, los puestos de mayor responsabilidad. Para éstos, el lema debiera ser “a mayor responsabilidad, mayor servicialidad”, o sea: mayor sencillez, cercanía, amabilidad… para con quienes están incluidos en el marco de su propia responsabilidad, y comenzando por los que son los primeros colaboradores con su tarea: educadores, profesores, personal de servicio, enfermería, limpieza…
¿De qué le sirve a uno alardear de una potestad que le es ajena, si no está reconocida como autoridad? Y nada es tan contrario a la autoridad como la prepotencia.
El servicio es, pues, una de las lecciones fundamentales que debe de aprender –y sobre todo practicar– quien quiera ser considerado en verdad educador amigoniano o por quien quiera ejercer con dignidad un cargo de responsabilidad dentro del propio ámbito amigoniano.
EPLA, 5 de abril de 2022
Juan Antonio Vives Aguilella
Muy buen comentario. No puedo dejar de estar en total acuerdo. Creo que es necesario volver a meditar y remediar lo que nos pedía el Maestro. Te felicito Vives y te mando un abrazo
Para el padre Vives
Muchas felicitaciones por artìculo, muy especial y comprometedor.
Dios lo bendiga y Ntro. Venerable Padre Luis Amigò, lo acompañe y bendiga dsde el cielo.
Gracias
Hna. Adìela Vargas T. C.