Poema del “Dios de la pirámide invertida”
Y DIOS ESCUCHÓ EL CLAMOR DE SU PUEBLO (EXx 3, 9)
Ese verso 9 del capítulo 3 del Libro del Éxodo venía resonando con creciente intensidad en mi corazón, contemplando el panorama actual de mi entorno vital.
Ya cuando era estudiante en Comillas de Teología-Bíblica me había impactado poderosamente pues fue este el primer signo y manifestación de compasión y misericordia que percibí en el Dios de los hebreos, al que posteriormente, los mismos israelitas convirtieron, a imagen y semejanza de ellos mismos, en un Dios guerrero, nacionalista y, en ocasiones, colérico y vengativo durante los largos años que duró travesía por el desierto. Pervirtieron así, llevados por sus ansias de guerreros-conquistadores, el principal “dogma” de su fe que les revelaba que eran precisamente ellos mismos los “creados a imagen y semejanza de Dios” y que les urgía, por ende, a descubrir la verdad de su identidad humana en los sentimientos y valores de su Creador. Pervirtieron, pues, la imagen de su Dios, llegando incluso a hacer de él un becerro de oro y pretendieron justificar de este modo los sentimientos más oscuros y egoístas de su corazón.
Fue Jesús – el hijo de aquel Dios liberador de la esclavitud y proclive a escuchar el clamor de los más humildes y sencillos, de los pequeños y pobres, de los oprimidos y excluidos – el que, invitándonos a llamar a su Padre cariñosamente “papá”, nos fue descubriendo los verdades sentimientos e identidad de Él, manifestándonos que era un Padre que rezumaba un amor tierno, cariñoso, maternal, revestido del esplendor y colorido que le confieren los matices que el propio Cristo sintetizó en las Bienaventuranzas.
Durante su peregrinaje por la tierra, el propio Jesús fue, pues, profeta, testigo y encarnación del Dios, a quien, con toda verdad y merecimiento podemos bautizar como el “Dios de la pirámide invertida”, el Dios siempre puesto a escuchar el clamor de los más pobres y sencillos…, pues los tiene en el primer y primordial plano de su mirada compasiva y misericordiosa. Y Jesús mostró, de modo particular, esta revelación:
- En frases como: “no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, “no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9, 12; Mc 2, 17 y Lc 5, 32); “he venido a buscar lo que estaba perdido” (Mt 18, 11, Lc 19, 10; “venid a mí todos los que estáis cansados o agobiados y yo os aliviaré” (Mt 12, 28) y sobre todo -por su más directa relación con el hecho de una “pirámide invertida”- “los últimos serán primeros y los primeros serán últimos” (Mt 20, 16).
- En gestos: como sentarse a comer con publicanos y pecadores (Mt 9, 10-13; Lc 5, 17-21); detenerse junto a la samaritana y dialogar con ellas con toda naturalidad (Jn 4, 7-30); entrar en casa de Zaqueo (Lc 19, 1-10); perdonar a la pecadora y a la adúltera, porque valora más a la persona y su amor, que sus hechos (Lc 7, 36-50 y Jn 8, 1-17) o tocar al leproso que se le acerca buscando ser sanado, sin miedo a ensuciarse, a ser declarado “impuro” por la ley (Mt 8, 1-4; Mc 1, 40 y Lc 5, 12-14).
- O en sentencias, tales como: “los publicanos y prostitutas os precederán en el Reino de Dios” (Mt 21, 31).
Por desgracia, este mensaje del “Dios de la pirámide invertida” se empezó a hacer añicos cuando los cristianos abandonaron las catacumbas y la Iglesia oficial comenzó a tener un poder, que se fue acentuando en la larga época del cesaropapismo, consagrado especialmente en la Edad Media -sin duda la época de hierro del mensaje cristiano- y que fue actualizado, de alguna manera, en los famosos “Pactos de Letrán” del año 1929.
Hoy en día -gracias principalmente al Concilio Vaticano II y al gran actualizador de su doctrina, el recordado y añorado Papa Francisco- la Iglesia toda y las mismas Órdenes, Congregaciones, Asociaciones… religiosas están empeñadas en resaltar, como núcleo fundamental y esencial del mensaje cristiano la “sinodalidad”, pero se puede caer fácilmente en la perversión de pretender hacer una “sinodalidad jerarquizada” que, como ya dejé escrito en su día, surge cuando determinados laicos –generalmente seleccionados y nombrados a dedo y sin demasiadas consultas a las bases– se acaban constituyendo una especie de “clerecía laical” o, si se prefiere, de “clericalismo por lo civil”, que, por su natural, se opone a una verdadera sinodalidad y tiende a crear entre quienes la integran la conciencia de ser “una casta superior” que acaba convirtiendo en poder y dominio, lo que debiera ser servicio.
Porque el “clericalismo” no es solo una tentación o, en su caso, perversión sufrida por los ministros ordenados, claramente llamados a hacer de su ministerio un servicio del que se proclama, aún hoy, principal portavoz y testigo el propio Papa, que se autodenomina “Siervo de los siervos de Dios”, sino que va mucho más allá y se encarna en todo aquel o aquella que ebrio de una falsa y engañosa espiritualidad –ya sea sentida o fingido- o embriagado de una aparente devoción – vulgo, beatería– esconde sus complejos -generalmente de inferioridad – bajo el manto de una no confesada pretensión de ser más que los demás.
El clericalismo -tanto de los clérigos como de los laicos- solo se irá superando en la medida en que se vaya recuperando, en cada persona, la capacidad de “escuchar en el propio corazón el clamor del pueblo”- y particularmente de los más humildes, sencillos, pobres, pequeños, etc. – y se vaya recuperando así la fe en el “Dios de la pirámide invertida”.
EPLA 4 de julio 2025