Civilización Kleenex
Hace ya algún tiempo, dediqué uno de los artículos de mi blog[1] a alzar la voz sobre una cierta política de descarte de las personas mayores que se está produciendo en distintos ámbitos de la actual sociedad, incluido el eclesiástico y el propio de algunas congregaciones religiosas, a pesar de las repetidas llamadas del papa Francisco en sentido contrario[2].
Aquí y ahora quiero centrarme en una realidad mucho más sangrante, si cabe. Ya no que refiero al sentimiento que experimenta la persona al «verse descartada» para lo que ha venido siendo su realidad cotidiana, sino el que sufre, en lo más profundo de su ser, al sentir que ha pasado de ser una persona útil, a ser una persona utilizada.
Y ese triste sentimiento se va multiplicando en una civilización que, a mí personalmente, me gusta bautizar con el apelativo Kleenex.
Los Kleenex tienen su origen en una celulosa que, ya en la Primera Guerra Mundial, se fabricó y utilizó como filtro para las máscaras de gas. Posteriormente, esa celulosa, bajo el nombre de Kotex fue la base de varios productos higiénicos, entre los que alcanzaron especial notoriedad unas toallitas muy utilizadas para la limpieza de manos y también como
pañuelos para sonar la nariz. Y, como extensión de esas toallitas surgieron, en 1924, los así llamados Kleenex, cuyo nombre parece derivarse de las palabras «clean» (limpian) y «Kotex» (su producto precedente)[3].
Con el tiempo, Kleenex se ha ido convirtiendo, en algunos ambientes, en una especie de nombre genérico en el que se agrupa toda la amplia gama de productos desechables, de objetos de usar y tirar. Y tales productos, siempre que sean biodegradables, han traído grandes ventajas a la sociedad, especialmente en los sectores de la enfermería y restauración.
Pero esa proliferación de productos desechables ha ido desarrollando también – y aquí radica lo triste del invento – una especie de Civilización Kleenex, en la que el usar y tirar constituye su denominador común y que, por desgracia, en más ocasiones que las deseadas, se ha extendido a las personas que, de la noche a la mañana, han sentido cómo han pasado de ser, como ya arriba se decía, personas útiles a personas utilizadas. Posiblemente el sentimiento experimentado en tales casos se encuentra reflejado en un refrán, poco conocido de la lengua castellana, que recoge, en toda su crudeza, tan triste realidad: Estrujado el limón, cáscaras y tripas al rincón.
EPLA 12-2-2025
[1] Me refiero al artículo Seniorado y Juniorado, publicado el 7 de agosto de 2022.
[2] Consultar al respecto, entre otros, su mensaje del jueves 17 de octubre de 2024,
en el que condena sin paliativos la que él llama «Cultura del descarte» y en el
que afirma sin ambages: Las personas mayores también sufren la exclusión,
siendo desechadas como «si fueran zapatos viejos», cuando, en realidad,
representan una fuente de sabiduría”.
[3] Cf. https/www.20 minutos.es.