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Si no os hacéis como niños… 9

Si no os hacéis como niños…[1]

Desde hace ya bastantes años, vivo fascinado con el Principito de Antoine de Saint-Exupéry, y, desde el primer momento, me percaté de que no se trataba de un simple cuento, sino que contenía un verdadero poema pedagógico en el que se reproduce el itinerario a seguir por toda persona humana en la irrepetible y encantadora aventura de su propia maduración como tal.

Con el tiempo, además, la lectura y repetidas relecturas del relato del pequeño Príncipe y la consecuente percepción e interiorización de sus más castizos sentimientos me fue haciendo entender la íntima conexión que éstos guardan con el mensaje humano y humanista del propio Jesús de Nazaret. Y precisamente de cara a profundizar en esta íntima conexión, se orienta ahora este escrito que toma pie de la que sin duda es la frase más evocadora de sentimientos y popularizada de esta obra de Antoine de Saint-Exupéry : Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve bien con el corazón.

La importancia de corazón para ver con nitidez y comprender en su profundidad lo esencial del ser humano es una constante a lo largo de todo el mensaje bíblico, tanto del Antiguo, como del Nuevo Testamento. De hecho, el término corazón es, sin duda, uno de los más citados.[2]

Y, aunque del Antiguo Testamento me impactaron al respecto los textos de Eclesiastés 3, 11[3], de Proverbios 4, 23 [4] y del Primer Libro de Samuel 16,7[5], son las frases y sentimientos, que a continuación trataré de Nuevo Testamento, los que, de una manera más particular, me impresionan a la hora de valorar la trascendental importancia del corazón en la reflexión bíblica. Y la primera y más clarificadora de estas frases neotestamentarias es, a mi entender, la que aparece en la Carta a los Efesios 1,18, pues considero que es la que guarda una mayor sintonía y directa conexión con la arriba citada del Principito:

  • Dios os conceda -escribe Pablo- espíritu para que podáis conocerlo  perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón, a fin de que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados…

Y en consonancia con esta cita de Efesios, resaltaría también estas otras:

  • Bienaventurados los limpios de corazón[6], porque verán… (Mt.5,8)[7]
  • Entonces se les abrieron los ojos (a los discípulos de Emaús) y reconocieron a Jesús, al tiempo que comentaban: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba? (Lc.24,31-32)[8]
  • He cegado sus ojos para que no vean, ni comprendan en su corazón (Jn.12,40)[9]

Pero no sólo, ni principalmente, se aprecia la conexión de sentimientos existente entre el Principito y el relato bíblico en determinados términos, palabras, conceptos…, sino que dicha conexión se establece en lo esencial del objetivo que, tanto el pequeño Príncipe como, en concreto el evangelio, se proponen.

El mensaje de Jesús de Nazaret se centra en orientar a todo hombre y mujer para que se realicen plenamente como personas, para que se humanicen, creciendo en un amor cada vez más puro, más desprovisto de egoísmo, sin perder por ello el corazón de niño. Y tal es también el propósito fundamental, que Antoine de Saint-Exupery expresa en su pequeño protagonista a través de la domesticación -de dejar entrar en la propia casa al otro- estableciendo para ello con éste relaciones cordiales y empáticas, tal como le fue enseñando el zorro.

Hasta el momento de la domesticación, el Principito se había mostrado intuitivo, inteligentemente despierto y perspicaz. Había sido capaz de ver un cordero escondido dentro de una pequeña caja dibujada por el aviador, y había sido incluso capaz de interpretar debidamente el dibujo-test de la boa comiéndose un elefante, pero no había logrado tomar conciencia del gran amor que su única rosa le tenía y ni siquiera del cariño y ternura que él mismo sentía por ella sin ser consciente de ello. Hasta entonces, el Principito era un analfabeto emocional.

Durante el proceso de domesticación, de establecer relaciones emocionales con el zorro, el Principito, sin embargo, comienza a realizarse plenamente como persona, empieza a humanizarse.  Y entonces, – y sólo entonces- va tomando creciente consciencia de que su rosa era única  -pues los ojos del amor, por su propia naturaleza, individualizan y quieren al otro como es– y reconoce que quizás él había sido demasiado joven– demasiado inmaduro- para saber amarla. Y es entonces -y solo entonces- cuando le nace del corazón decirle a las otras rosas a las que un día había comparado con la suya: “Sois hermosas, pero estáis vacías. Nadie puede morir por vosotras… Mi rosa es más importante que vosotras, pues a ella la he regado, la he protegido con el globo, la he abrigado con el biombo. Sólo a ella la he matado las orugas (salvo dos o tres necesarias para conocer las mariposas). Sólo a ella la he escuchado lamentarse o envanecerse y, a veces, hasta permanecer en silencio. Ella es mi rosa”

Con todo, durante ese proceso de crecimiento como persona y de humanización por el amor, el pequeño Príncipe no dejó de ser un niño.  Y así lo manifiesta él mismo repetidamente a través de las críticas que dirige a las personas mayores: personas que carecen ya de la intuición  -tan presente en la niñez- y necesitan cansinas explicaciones para todo; personas que se centran en acciones y cifras y se olvidan de saborear la vida, que es, en definitiva, el verdadero criterio de la verdad humana, pues, como decía Unamuno : “cuando las matemáticas matan, las mismas matemáticas son mentira[10] ; personas, en fin, que sólo se ocupan de cosas serias y que han olvidado la importancia de los sentimientos -incluido el fundamental de todos ellos, que es el amor- y que en consecuencia no son hombres, sino hongos.

Conservar el corazón de niño es para el Principito: seguir siendo intuitivos, vitalistas y empáticos.

EPLA 24-noviembre 2024


[1] Mt. 18,3

[2] En concreto, el término corazón aparece en un total de 666 versículos, pertenecientes:552 de ellos al Antiguo Testamento y 114 al Nuevo.

[3] Dios ha puesto la eternidad en el corazón del hombre.

[4] Guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida.

[5] El hombre mira las apariencias, Dios mira el corazón.

[6] La limpieza de corazón implica una creciente superación de los propios egoísmos.

[7] Con cierto paralelismo con esta bienaventuranza, se encuentra este otro texto del propio evangelista Mateo: Viendo, no ven, porque tienen embotado el corazón (Mt.13,13, Cf. Mc 8,17)

[8] Cf. Gn.3,7.

[9] Cf, Is.6,9 y Hch.28,26

[10] UNAMUNO, Miguel, Vida de Don Quijote y Sancho. Comentario al capítulo 31.

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