AL PIE DE LA CRUZ
Un canto a la feminidad
Entre la ingente multitud que había escuchado las enseñanzas del Maestro y le había seguido durante un buen trecho de camino, solo cinco personas estuvieron de pie junto a la Cruz de Jesús1. Tres de ellas eran familia de sangre: su madre, María Salomé – hermana de su madre y madre de Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo – y María de Cleofás, pariente también y madre de Santiago el Menor y de Judas Tadeo2. Y junto a la familia, los dos amigos más íntimos de Jesús: Juan, quien, habiéndose sentido no solo querido, sino incluso el preferido por el Maestro3, fue el único apóstol que se mantuvo fiel en la “hora de la verdad” y María de Magdala, que, liberada por Jesús de sus antiguas esclavitudes4, se convirtió en una de las mujeres, que siguieron luego al Maestro5 y le fue fiel, con amor incondicional, hasta el final, mereciendo por ello ser luego la primera y principal testigo del Resucitado6. De estas cinco personas tan solo una era varón – y este, más que fuerza física, aparece dotado de un corazón sensible, enternecido y agradecido-, las otras cuatro eran mujeres y constituyen un sólido, claro – y hasta escénico – argumento con el que rebatir a todos aquellos que han querido descubrir en la etimología del término latino mulier (mujer) una alusión a la debilidad, ignorantes de que la misma Biblia – ya en el Antiguo Testamento- exalta la entereza femenina en el preciso poema que dedica a la mujer.
Basándome, pues, en todo esto, hoy – 15 de septiembre de 2025- día de la Patrona de todos los amigonianos – Nuestra Madre de los Dolores – y día también de mi setenta y siete aniversario, quiero dedicar principalmente este breve escrito a todas las mujeres – madres, o no – y de forma particular a la feminidad que las identifica como tales, que ha hecho de ellas, personas verdaderamente fuertes, y que las ha constituido a lo largo de la historia en verdadera salvaguarda del género hermano, a cuyo crecimiento, han contribuido, incluso, muchas de ellas, pariendo con entereza, amor y dolor a sus hijos.
Y este homenaje queda asentado en las palabras con que Cristo, ya en su agonía, se dirige a su madre: Mujer – le dice – resaltando así en ella su condición femenina, con todo lo que esta comporta. No le dice: Madre, ni mamá – aunque así la siente y quiere entrañablemente – sino mujer.
En las dos únicos “logión8” recogidos por los evangelios, en los que Jesús se dirige a su madre, siempre lo hace con el apelativo mujer9:
- Qué nos importa a mí y a ti, mujer, le responde cuando ella, preocupada porque a los nuevos esposos se les acababa el vino, le pide indirectamente su intervención10.
- Mujer, ahí tienes a tu hijo, exclama en el Calvario11
Y mujer le dirá también – ya resucitado – a su fiel amiga María de Magdala, cuando, compadeciéndose de las lágrimas con que ella expresa el dolor por el amigo perdido, inicia con ella misma un tierno y enternecedor diálogo12. Y María de Magdala – la mujer, fuerte por naturaleza, convertida por amor en amiga incondicional – será, por derecho propio, la primera y principal testigo del Resucitado, como ya arriba ha quedado dicho.
¡Cuán acertada estuvo, al respecto, Isabel, la madre de Juan Bautista, cuando agradeciendo a su prima la visita que le hacía, exclamó: Bendita tú, entre las mujeres13.
EPLA, 15 de septiembre de 2025
Juan Antonio Vives
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1 Cf. Jn. 19, 25; Mt. 27, 56; y Mc. 15, 40-41 y 16,1.
2 Cf. Mt. 25, 56 y Mc. 15, 40 y 16, 1.
3 Cf. Jn. 13, 23; 19, 26; 20, 2; 21, 7 y 20. Como se puede ver en los versos citados, Juan, en su evangelio, se autorretrata repetidamente como “el discípulo a quien Jesús amaba”, o dicho de otra forma “como el discípulo preferido”. No obstante, conviene aclara que, a mi entender, Jesús no tenía preferencias, los quería a todos y a cada uno en su individualidad, pero solo Juan se sintió verdaderamente amado, y, por ende, se creyó “preferido”. Y es que las preferencias no son tanto patrimonio de quien ama, cuanto del que se ha sentido amado.
4 Cf. Mc. 16, 9 y Lc. 8, 2-3. Algunos la identifican también con la mujer que aparece en Lc. 7, 36-50. Opinión que comparto plenamente.
5 Cf. Mt. 27, 55-56; Mc. 15, 40 y 16, 1 y Lc. 8, 2-3 y 23, 49.
6 Cf. Mt. 28, 1-10; Mc. 16, 1-10; Lc. 23,55 a 24, 11 y Jn 20, 1-2 y 11-18.
7 Cf. Proverbios, 31.
8 Se conoce con el nombre “logión” aquellos dichos o sentencias de Jesús, que se fueron transmitiendo primeramente por tradición oral y que posteriormente los evangelistas recogieron en sus escritos.
9 Incluso cuando le advirtieron que su madre y hermanos lo buscaban, responde de forma un tanto críptica, y no se refiere a ella ni a ellos personalmente (cf. Mt. 12, 46-50 y Mc. 3, 31-35).
10 Cf. Jn. 2, 4.
11 Cf. Jn. 19, 26.
12 Cf. Jn. 20, 11-16.
13 Cf. Lc. 1, 42.

