¿MISIÓN COMPARTIDA o PARTIDA?1
La ilusión
El mundo de la ilusión, aparte de abarcar todos los ámbitos de la vida, es siempre mucho más “perfecto” —y por supuesto encantador— que el real. Pero desgraciadamente es el real el único que existe más allá de lo meramente virtual.
Todos nos hemos sentido maravillados alguna vez por la actuación de los ilusionistas, de esos prestidigitadores que —precisamente por la destreza de sus dedos— nos hacen percibir como real lo que no pasa de ser espejismo.
Las personas tenemos, por lo general, aunque unas más que otras, la capacidad de “ilusionarnos”, de crearnos un mundo irreal que o bien nos ayude a trascender de alguna manera las duras condiciones de un presente adverso, o bien nos estimule —desde su intrínseca utopía— a buscar y luchar cada día por la superación y optimización del “hoy”.
Actualmente —y con ello entraría ya de lleno en el tema que quiero abordar aquí y ahora— las congregaciones religiosas —y en concreto la de los amigonianos a la que yo pertenezco y desde cuya actuación quiero realizar este estudio— ante la escasez de vocaciones y el envejecimiento de sus miembros, y teniendo además en cuenta la magnitud alcanzada por muchas de sus obras —sobre todo en el ámbito de la enseñanza y de la educación— buscan casi desesperadamente a quién legar unas realidades, nacidas en principio con el fin de favorecer la evangelización y que, en muchos casos, con el paso del tiempo, más que propiciar dicha finalidad, la han acabado obstaculizando.
Y en ese proyecto “testamentario” de ir pasando el testigo a nuevos agentes —y quizás para no ver cumplida la profecía del Salmo2: “legarán a extraños sus riquezas” —han ido articulando estrategias a veces tan rayantes en la utopía como las que pretendían hacer de los seglares como una especie de neo-religiosos, llegando incluso a la pretensión de crecer “comunidades mixtas” en las que los testadores y herederos —unidos por un mismo ideal— compartiesen no sólo el hacer, sino incluso —y muy principalmente— el ser.
Yo, sinceramente, no he creído nunca que tales proyectos pudiesen perdurar más que aquellas “idílicas comunidades” que presentan los Hechos de los Apóstoles y que, si en realidad llegaron a existir, bien pronto se fueron al traste, como dejan entrever algunas de las cartas paulinas.
De hecho, en uno de mis escritos que vieron la luz en aquella época de “altos sueños” —tomando pie en aquel pasaje del Libro de los Reyes3 en el que Eliseo, tras pedirle a Elías dos partes de su espíritu y tras haberle respondido éste que era “cosa difícil lo que pedía”, consigue lo deseado al recoger el manto que se le cayó al maestro, mientras era arrebatado —llegué a exclamar. “Quién poseyera el manto de Elías” para transmitir con tan pasmosa facilidad el espíritu, o si se prefiere, el carisma, con todo lo que éste implica de identidad del ser en la acción.
Pero ni disponemos del manto de Elías ni de ninguna de esas varitas mágicas con que las hadas de nuestros cuentos posibilitaban, como por encanto, lo que, a todas luces, parecía imposible. Y por esto precisamente, pensé entonces y continúo pensando, incluso con fe más firme —pasados ya algunos años— que la ilusión necesitaba —necesita— ser matizada con una buena dosis de realismo y que, en consecuencia, la misión compartida debe centrarse en transmitir a los nuevos agentes la misión, haciéndoles partícipes, al mismo tiempo, de aquellos valores que, de forma más esencial y determinante, la han distinguido a través del tiempo. Valores que, asumidos y hechos vida en la persona de los nuevos protagonistas seglares, deberá, seguir distinguiéndola. Pero de aquí a la pretensión de querer engendrar una especie de neo-religiosos o neo-comunidades, me da la impresión que hay un abismo.
La historia es también maestra a la hora de mostrarnos cómo los “sueños”, cuando han traspasado aquellos niveles utópicos —que se podrían considerar medianamente “normales”— han terminado, por lo general, como “el Rosario de la Aurora”.
(En la próxima entrega: La panacea)
[1] Inicio aquí una pequeña serie en torno a este tema que, en principio, se compondrá de cinco entregas.
[2] Sal. 49, 11.
[3] 2 Reyes 2, 9-15.
EPLA, a 10 de marzo de 2019
Juan Antonio Vives Aguilella