Todo amor profundamente humano es, en su misma esencia, misericordia.
Misericordia es amor limpio de egoísmo, es amor que crea ámbitos de afectuosa relación en libertad, y misericordia es también –y muy especialmente– amor personalizado.
La misericordia tiende a individualizar, a “querer al otro como es” en cada momento de su propio itinerario personal, con el íntimo convencimiento de que “a las personas, o se toma de una vez la decisión de quererlas como son, o no se las empieza a querer nunca”, o se las quiere “desde el tú” –y además desde un “tú” con su identidad y circunstancias concretas, con sus luces y con sus sombras, con sus grandezas y con sus miserias–, o no se las quiere en verdad y de verdad.
Cuando se quiere al otro “como es”, éste se convierte para el que ama en alguien único.
Al Principito se lo descubrió el zorro hablando de la “domesticación”:
Para mí –le dijo– no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Yo no te necesito y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo.
Y el Principito, superando la tendencia a la egolatría y al engreimiento, que hasta entonces había marcado su personalidad y no le permitía pensar sino en sí mismo, empezó a replantearse su relación con la rosa de su pequeño planeta. Una rosa que siempre lo había querido con locura y anhelaba sentirse querida por él, por más que él no percibiera su afecto. Y, a partir de ese momento, la rosa entró verdaderamente en su casa y él en la de la rosa. Empezó a quererla en su individualidad y entonces descubrió que ella era única, pues era ella la que él había cuidado, la que le sonreía y le amaba inmensamente desde el silencio, la que él protegía… Y en contra de lo que en algún momento había llegado a pensar, llevado por su inmadurez afectiva, “su” rosa no era una de tantas, no era una más entre otras muchas rosas.
Y la experiencia del Principito, lejos de ser exclusiva de él, es la experiencia de todo aquel que ha dado el paso de querer al otro en su individualidad, de quererlo “como es”, de quererlo, en definitiva, “desde el tú”.
EPLA, a 29 de mayo de 2017
Juan Antonio Vives Aguilella