Las personas, en la medida en que son capaces de recordar –es decir, de traer de nuevo al corazón– los detalles, los favores que los demás tuvieron con ellas o de evocar los buenos momentos que los otros les hicieron experimentar, son agradecidas y se sienten impulsadas a responder con largueza, elegancia y buen talante a lo que un día recibieron gratuitamente.
Por desgracia, no suele ser así en el caso de las instituciones. Pero esto, ya se sabe que no es algo nuevo. Ya en ese compendio de historia humana –con sus mases y menos– y de sabiduría popular, que es la Biblia, particularmente en algunos de sus libros, hay ejemplos –en este caso tristes– de ello.
José –el hijo de Jacob, al que sus hermanos habían vendido y que acabó con sus huesos en Egipto– fue muy querido por aquel faraón que se sintió profundamente agradecido a él por la ayuda prestada, pero cuando este faraón falleció y le sucedió otro que no recordaba, o no quería recordar, a José –es decir, cuando la persona agradecida desapareció y la relación entre los descendientes de José y el gobierno dejó de ser cálida y personal, para transformarse en fría e institucional–, las cosas cambiaron radicalmente. Y los hebreos, que habían sido recibidos un día en Egipto con los brazos abiertos, acabaron convertidos en esclavos.
¿A qué fue triste? Sí, triste y, por supuesto profundamente injusto, pero, por desgracia, así sucedió. Y así sigue sucediendo cada vez que una institución se deshumaniza y pierde la calidez y calidad de los sentimientos que la inspiraron e identificaron, y acaba quedándose con la pura letra de leyes y reglamentaciones y con las frías –y muchas veces improductivas– matemáticas de una economía sin corazón.
¿Alguna vez pensamos , en lo que decimos y en lo que compartimos y en lo que hacemos? O si esto que sale de mi boca, sale desde el corazón o es un reflejo de mi puro inconformismo, de mis propias quejas, de mi rabia, de mi propio egoísmo…..
A estas reflexiones me llevan las palabras «MATEMATICAS DE UNA ECONOMIA DEL CORAZON»
Hablar desde el corazón no es labor sencilla; esa línea que une: pensamiento, sentimiento, corazón, acción y palabra cuesta un montón. Hay quienes pasan años buscando una fórmula secreta para ello, imponiendo esa fórmula secreta a los demás, y creyéndose estar en posesión de una verdad que solo consigue transmitir algo totalmente diferente, y expresando, justo lo contrario, con hechos y palabras.
Hablar desde el corazón es hablar sin juzgar, sin señalar, sin pretender que los demás digan o hagan algo por lo cual estás interesado, es hablar sin esperar un resultado en beneficio propio.
Cuando se habla desde el corazón, se percibe, porque la emoción te envuelve en sus palabras. Se trata de hablar, sin falsas pretensiones, sin ofender a nadie, sin alzar la voz para que te escuchen, sin tratar a los demás a gritos, sin esperar que todos te hagan caso y crean en lo que se dice.
Yo intento practicarlo a diario; y no es fácil; no quiero martirizarme cuando no lo consigo porque es una labor de mucha constancia y de mucho «darse cuenta» de qué es lo que transmito y cómo lo estoy transmitiendo.
A veces tengo que decir: “lo siento me he equivocado” y , en contra de todos mis miedos, lo que he encontrado ha sido un reconocimiento sincero y un nuevo lugar de encuentro con el otro. Lo que me lleva a trabajar la humildad auténtica.
Cuánto bien se lograría en las relaciones personales e institucionales solo con la utilización de estas tres palabras: «por favor», «perdón» y «gracias».
Leo ideas que son, para mi, un remanso de paz en esta vorágine en la que vivimos sumergidos. Todos algún día dejaremos este mundo, pero reflexiones de este tipo son las que pueden hacer, en alguna medida, que quien las escribe nunca deje de estar en este mundo.
«Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana.» Y es que cuando todo se mercantiliza, el prisma por el que todo se ve y se juzga es otro, muy diferente a lo que se hace por el otro y sin esperar nada a cambio. Muy buena reflexión, amigo.
No deben olvidarse las «matemáticas de Dios», que están por encima de las de los hombres. Ya dijo aquel apóstol: «la misericordia se burla – se ríe- de la justicia».