En la vida es necesario armonizar las enseñanzas recibidas en el aula con las que se aprenden en el diario vivir, o dicho de otra manera, hay que sintonizar la inteligencia cerebral con la emocional. Luis Amigó –el iniciador de la Pedagogía Amigoniana– invita a sus seguidores a aprender por experiencia la ciencia del corazón humano. Y dicha ciencia sólo se aprende en el diario compartir con el otro las alegrías y tristezas, los encantos y desencantos, los proyectos y trabajos, las ilusiones y realizaciones, a través de ese lenguaje del corazón que sólo es posible actuar desde la cercanía efectiva y afectiva.
Paradigmática al respecto, fue para los amigonianos la constante reflexión de la figura bíblica del Buen Pastor, que, más allá de su significación espiritual, constituyó para ellos, desde los inicios, un verdadero poema pedagógico. Un poema en el que, entre otros matices, destaca precisamente este del conocimiento por vía del corazón, expresado en conocer hasta tal punto a sus ovejas, que es capaz de llamar a cada una por su nombre.
Llamar por su nombre es una realidad que, en la cultura semita en la que se elabora el poema, se reviste de profunda cordialidad y humanidad, por cuanto indica que el conocimiento de la persona concreta supera con decisión el ámbito de lo conceptual, para internarse en la esfera de los sentimientos.
Llamar por su nombre implica, pues, dentro del ambiente pedagógico, empatizar con el educando; implica compartir con él sentimientos, a través de esa cercanía efectiva y afectiva que se traduce en una presencia física y emocional del educador entre sus alumnos y alumnas y en una convivencia afectuosa, descomplicada y sencilla de éste con ellos.
En consecuencia, los amigonianos en su compromiso de ser “acompañantes válidos de sus alumnos y alumnas en su irrepetible aventura vital”, han ido generando una pedagogía de la presencia y de la convivencia.
EPLA, a 3 de julio de 2017
Juan Antonio Vives Aguilella