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¡A QUÉ TANTA PRISA! 2

La prisa no ha sido precisamente uno de los distintivos clásicos de la curia vaticana. Más bien ha sido todo lo contrario, pues la Roma eterna —reflejada en esto bastante fielmente en los organismos de la Santa Sede— ha tendido por lo general a “eternizar” las gestiones.

Y por ello precisamente me llama poderosamente la atención la prisa que en los últimos años se ha dado el Vaticano en acelerar incluso algunas canonizaciones.

Por otra parte, no deja de ser tampoco significativo al respecto que las causas de algunos mártires modernos, que dieron su vida defendiendo los derechos de los más pobres se eternizaran, como ha sido, por ejemplo, los casos de monseñor Óscar Arnulfo Romero, que tuvo que esperar 38 años para ser canonizado o del padre Rutilio Grandes, quien, después de 42 años de su asesinato, aún espera la Beatificación. Y esto es, si cabe, más llamativo, si se tiene en cuenta que fue precisamente el martirio el único motivo por el que la Iglesia aceptó la santidad de una persona, hasta que reconoció la santidad de San Martín de Tours —el primer santo no mártir— fallecido en el 397.

Por otra parte, desde que el papa Honorio III estableciera que para proceder a la canonización de una persona había que tomar declaración a testigos que diesen fe de las virtudes vividas por esa persona y de los milagros atribuidos a su intercesión, además de presentar una biografía oficial de la misma[1], los Procesos de Canonización se fueron ralentizando poco a poco más y más, hasta que durante el largo pontificado de Juan Pablo II no sólo se multiplicaron las declaraciones de santidad, sino que incluso alguna de ellas —y esto no dejó de ser un tanto alarmante en su día— se aceleró considerablemente.

Últimamente ha llamado poderosamente la atención la inusitada rapidez con que se desarrolló el Proceso del papa Juan Pablo II, que se abrió oficialmente al mes siguiente de su fallecimiento, fue Beatificado en 2011 y Canonizado en 2014. Todo un “record” en la época más reciente de la Iglesia[2].

Y es que, tan pronto como fue anunciada su muerte, una masa enfervorizada de gente —integrada por personas pertenecientes a los sectores más conservadores de la Iglesia, y que, por sus gritos y gestos, poco tenían que envidiar a algunos de los más fanáticos seguidores de las bandas musicales de Rock— empezó a gritar “¡Santo subito!”.

Qué pena lo de “¡Santo subito!”. Delante de Dios, que es lo verdaderamente importante, no hacía falta que lo gritase ni exigiese nadie, pues todo hombre y mujer   que, en medio de sus limitaciones y defectos, ha alcanzado la suficiente maduración en el amor, es declarado santo en los cielos, tan pronto pasa de esta vida a la Casa del Padre.

Otra cosa muy distinta es, sin embargo, la declaración oficial de santidad por parte de la Iglesia. Ésta no sólo no debe ser “subita”, sino que necesita de un cierto tiempo que permita, pasadas las sensaciones de la inmediatez, analizar la vida del posible santo con la tranquilidad exigida para acto tan solemne. Y esto es cada vez más necesario en un mundo globalizado, como el actual, en el que las redes sociales son el gran altavoz de noticias que, sin censura alguna, se universalizan y sacan a relucir, en ocasiones, hechos que, en otras épocas, difícilmente hubiesen podido conocerse.

Actuar con precipitación hoy en día —y máxime en un tema tan delicado y solemne como es la declaración de santidad de una persona—, puede provocar, como de hecho está sucediendo actualmente en el caso que nos ocupa, que, conocidos ciertos hechos graves —sino por acción, sí por omisión— de la persona elevada a las alturas, la gente sencilla ponga en entredicho la credibilidad de la Iglesia, seriamente dañada además por otros hechos —también de especial gravedad— que están en la mente de todos.

 

Juan Antonio Vives Aguilella

EPLA 19-3-2019


[1]             Por cierto, el primer Proceso que se realizó según este protocolo del papa Honorio III fue el de San Francisco de Asís. Y la biografía presentada para el caso fue la conocida como Primera Celano. Por desgracia, el Proceso de San Francisco se perdió. No así el seguido, años después, para Santa Clara, que se conservó íntegramente.

[2]            El caso es tanto más llamativo, si se tiene en cuenta que el último papa canonizado antes que él fue Pío X, fallecido en 1914 y que sólo sería Beatificado y Canonizado en 1951 y 1954 respectivamente. En el caso del papa Juan XXIII —canonizado en la misma fecha que Juan Pablo II y que había fallecido en 1963— hubo que esperar 37 años para su Beatificación y 51 para su Canonización.

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